miércoles, 3 de noviembre de 2010

LA HISTORIA DEL TEMPLE EN EL CASTILLO DE PONFERRADA

Los templarios y Ponferrada (Ponferrada) están estrechamente vinculado. Se puede comprobar esta relación, por ejemplo, a trav´s de la exposición PONFERRADA: TEMPLARIOS, PEREGRINOS Y SEÑORES que se inauguró el 29 de octubre de 2010 y concluirá el 8 de enero de 2011, enmarcada en el programa "Raíces 910 – 2010"  -  Conmemoración del 1100 Aniversario del Reino de León.  Organizan: Junta de Castilla y León | Consejería de Cultura y Turismo - Ayuntamiento de Ponferrada.

Del dossier-catálogo de la Exposición transcribimos lo siguiente, respecto al Temple en España:

Recibe el Temple su primera donación en Portugal, en 1128, después en Cataluña, donde su conde, Ramón Berenguer III, ingresa en la Orden en los últimos días de su vida, en 1131, y enseguida en el condado de Urgel. Al mismo tiempo reciben en Aragón nada menos que la herencia del reino, en virtud del testamento de Alfonso I. Aunque fue imposible respetar la literalidad del mismo, la Orden percibió extensas propiedades en el reino. Comienzan también, antes del fallecimiento de Alfonso I, las donaciones de particulares, tanto en Aragón como en Navarra.

Una década más tarde se constata la primera donación regia en el reino de León y Castilla regido por Alfonso VII, aunque es posible que se produjera alguna otra anterior, en concreto en las proximidades de León, y desde luego otras de particulares. El Emperador les asignaba, entre otras propiedades la avanzada y estratégica fortaleza de Calatrava que no podrá ser conservada tras el fallecimiento del monarca. Se amplían las donaciones en Castilla durante el reinado de Alfonso VIII, bajo cuyas órdenes participan en la jornada de Las Navas.

Más intensa, acaso, es la implantación del Temple en el reino de León durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX, que abarcan la segunda mitad del siglo XII y el primer tercio de la siguiente centuria. Del primero de los monarcas recibe el Temple importantes donaciones en Extremadura, alguna de ellas en posición tan comprometida como la de Calatrava en Castilla. De Alfonso IX recibirá donaciones en la entonces conflictiva frontera con Castilla en Tierra de Campos, y, en 1211, en virtud de un acuerdo con la Orden por el que el monarca retenía para sí algunas fortalezas templarias extremeñas, les hacía donación de otros bienes en Galicia y, en tierras leonesas, la villa y fortaleza de Ponferrada, que, en estricto sentido, constituía una restitución, pues parece propiedad de la Orden desde algunos años atrás.

En el reinado de Fernando III recibirán los Templarios importantes donaciones a renglón seguido de las grandes conquistas, como la de Córdoba que supone la entrega del extenso dominio de Capilla, o los importantes señoríos obtenidos por la Orden en el repartimiento de Sevilla, ya en el reinado de Alfonso X, o las subsiguientes a la conquista de Murcia.

Sin hacer una detallada relación de las encomiendas templarias en Castilla y León, cabe destacar las de Villalcázar de Sirga, Medina del Campo y Montalbán, en Castilla; Caravaca en Murcia; las gallegas de Faro (La Coruña), Amoeiro (Orense), San Fiz (Monterroso, Lugo) o Canabal (Orense). En el reino de León propiamente dicho, Ponferrada; Benavente, Villalpando, Alba de Aliste y Alcañices en tierras zamoranas; Mayorga, Ceinos de Campos y San Pedro de Latarce en las estratégicas tierras de Campos, disputadas entre León y Castilla durante años, de modo particularmente intenso en el reinado de Alfonso IX. Salamanca y Ciudad Rodrigo y las extremeñas de Alconétar y Jerez de los Caballeros. Además, numerosas propiedades dispersas, casas en diversas ciudades, y derechos diversos.

Naturalmente, también imponentes fortalezas. En primer lugar la que constituye el eje de esta exposición, Ponferrada, pero no únicamente, desde luego; el próximo de Cornatel, los de San Pedro de Latarce, Alba de Aliste, Alcañices, Montalbán, Alconétar, Jerez de los Caballeros, Capilla, Fregenal, Caravaca y Cehegín, por solo citar algunos de sus más importantes castillos.

Suprimida la Orden por decisión pontificia, bula Vox in excelso, de 22 de marzo de 1312, sus bienes fueron atribuidos por el propio pontífice a la Orden de San Juan de Jerusalén, bula Ad providam Cristi, de 2 de mayo de este año, de modo que dichos bienes siguiesen sirviendo a los mismo fines que cuando los poseía el Temple. Lo cierto es que, en territorio francés, Felipe IV se quedó con la práctica totalidad de los bienes muebles y semovientes, parte muy importante de los inmuebles y anuló simplemente todas las deudas contraídas por la Orden. Los acuerdos finales con los Hospitalarios, obra ya de Felipe V, traspasaron a éstos una mínima parte de la disuelta Orden: era el botín que la monarquía francesa se cobraba por su tortuosa acción contra el Temple.

Una dura negociación en los meses previos a la supresión del Temple, llevada especialmente por los embajadores aragoneses y portugueses, indujo a Clemente V a señalar una excepción sobre el destino futuro de los bienes de la extinta Orden en los reinos de Castilla, Aragón, Portugal, Mallorca y Navarra, aunque este último seguirá el procedimiento general.

Sancho de Mallorca obtuvo todos los bienes muebles de la Orden en su reino, e importantes indemnizaciones monetarias; en Aragón, tras laboriosas negociaciones, Juan XXII asignaba los bienes templarios en el reino de Valencia a una nueva orden, la de Montesa, que se constituiría dos años después como una prolongación de la de Calatrava; a cambio los demás bienes templarios en Aragón y Cataluña pasarían efectivamente a los Hospitalarios. Similar solución para Portugal: Dionís lograba, también en 1317, que el papa aceptase la creación de una nueva Milicia de Cristo, con sede en Castro Marim, que recibiría todos los bienes templarios en Portugal.

El reino de Castilla ofrece el caso más peculiar: antes de la extinción del Temple, Fernando IV dispuso de algunos bienes de la Orden, de diversos modos: para la solución de viejos pleitos, caso de Jerez de los Caballeros, para obtener recursos por su venta, como Capilla y Almorchón, o como donación a particulares o a otra Orden. Lo mismo cabe decir de María de Molina como regente de su nieto Alfonso XI, sin que se ofreciese respuesta alguna a los requerimientos pontificios para entablar una negociación al respecto.
Siendo el único caso pendiente, Juan XXII decidió unilateralmente, bula Inter coetera mundi, de 14 de marzo de 1319, la cesión de todos los bienes templarios en Castilla a los Hospitalarios. La decisión pontificia no fue ejecutada en modo alguno ni por Alfonso XI ni por Pedro I, a pesar de las reiteradas iniciativas pontificias para llegar a un acuerdo: la monarquía castellana dispuso absolutamente de todos los bienes templarios; el paso del tiempo cerró, por agotamiento, un asunto tan difícil.

En cuanto al destino de las personas, todos los templarios de los reinos hispanos, a excepción de Navarra, fueron declarados inocentes, rehabilitados y recibieron pensiones que les permitieron vivir de acuerdo con su estado; muchos de ellos formaron parte de las Órdenes recién creadas con los bienes del Temple, especialmente en Portugal, no así en el caso de Montesa.

Las encomiendas y fortalezas templarias se sitúan en zonas de combate con el Islam o protegiendo vías de penetración hacia el interior del reino, o en fronteras difíciles como lo fueron las de León frente a Portugal y Castilla durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX. Alguna de ellas tiene una clara vinculación con el Camino de Santiago: es el caso de Villalcázar de Sirga, Ponferrada y San Fiz do Ermo; si tenemos en cuenta que, además de la encomienda propiamente dicha, sus propiedades se extienden a numerosos otros lugares, así como el derecho de presentación de numerosas parroquias, podemos decir que estas tres encomiendas cubren la práctica totalidad del Camino a su paso por Castilla, León y Galicia.

A la encomienda de Ponferrada pertenecían las casas de Rabanal del Camino, al pie mismo de la ascensión a Foncebadón, y Pieros, próxima a Cacabelos, así como las fortalezas de Cornatel y Sarracín, ésta última en el camino que enfila la subida al Cebrero.

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